¿Quién no ha discutido alguna vez con su copiloto sobre que camino elegir? O sobre a que velocidad avanzar, o sobre cuando partir, o sobre como tomamos las curvas...
Y si conducir no es lo tuyo, probablemente hayas sido testigo de alguna discusión entre piloto y copiloto similar a las que he mencionado.
Llevar copiloto en nuestros viajes no siempre es buena idea ya que, a veces, nos hace elegir el camino equivocado, ir más lento de lo que deberíamos, salir antes de la hora que hubiese sido mejor o simplemente nos crispa los nervios con sus opiniones sobre lo mal que se nos da esto de la conducción. Puede que, en ocasiones, el copiloto sea de ayuda y nos facilite algunas tareas pero estas podríamos haber acabado haciéndolas por nosotros mismos en la mayoría de los casos.
Ir de copiloto en una travesía a veces puede ser frustrante. El piloto siempre elige el camino equivocado, sale cuando no debe, cambia de carril de forma demasiado brusca, no mira los retrovisores, se olvida de poner los intermitentes, no sabe leer un puto mapa y se olvida de nuestras indicaciones solo diez segundos después de escucharlas (si llega a tanto tiempo que, a veces, ni eso).
Ahora bien... ¿Por qué entonces actuamos como piloto y copiloto de nuestra propia persona? Todos alguna vez hemos discutido con nosotros mismos a la hora de realizar, o no, una acción, cómo realizarla, en qué momento, etc. Muchas de estas discusiones no han llegado a nada y han llevado a una enorme frustración tanto al piloto como al copiloto, o lo que es lo mismo, a nosotros mismos por duplicado. ¿Por qué tenemos un copiloto en nuestra mente? ¿Es útil que esté ahí? Por todo lo escrito anteriormente, habréis deducido que, en mi opinión, la respuesta es no.
Pero hay un copiloto concreto que me ha jodido más de un viaje. Hablo de la prudencia, del miedo o de la cobardía. Este copiloto directamente cancela el viaje, nunca le pareció una buena idea o, en caso de continuar con él, prefiere tomar el camino más seguro, aburrido y monótono. Espero no volver a hacer caso nunca a este copiloto.
Hay muchas más cosas en nuestra cabeza que pueden actuar como copilotos, por ejemplo los prejuicios, el aburrimiento, la temeridad, la ingenuidad o el despecho, entre muchos otros. Incluso nosotros mismos podemos acabar siendo nuestro molesto copiloto.
¿Vas a dejar que el copiloto decida tu manera de conducir?
KB69