domingo, 18 de junio de 2017

Copiloto

¿Quién no ha discutido alguna vez con su copiloto sobre que camino elegir? O sobre a que velocidad avanzar, o sobre cuando partir, o sobre como tomamos las curvas...
Y si conducir no es lo tuyo, probablemente hayas sido testigo de alguna discusión entre piloto y copiloto similar a las que he mencionado.

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Llevar copiloto en nuestros viajes no siempre es buena idea ya que, a veces, nos hace elegir el camino equivocado, ir más lento de lo que deberíamos, salir antes de la hora que hubiese sido mejor o simplemente nos crispa los nervios con sus opiniones sobre lo mal que se nos da esto de la conducción. Puede que, en ocasiones, el copiloto sea de ayuda y nos facilite algunas tareas pero estas podríamos haber acabado haciéndolas por nosotros mismos en la mayoría de los casos.

Ir de copiloto en una travesía a veces puede ser frustrante. El piloto siempre elige el camino equivocado, sale cuando no debe, cambia de carril de forma demasiado brusca, no mira los retrovisores, se olvida de poner los intermitentes, no sabe leer un puto mapa y se olvida de nuestras indicaciones solo diez segundos después de escucharlas (si llega a tanto tiempo que, a veces, ni eso).

Ahora bien... ¿Por qué entonces actuamos como piloto y copiloto de nuestra propia persona? Todos alguna vez hemos discutido con nosotros mismos a la hora de realizar, o no, una acción, cómo realizarla, en qué momento, etc. Muchas de estas discusiones no han llegado a nada y han llevado a una enorme frustración tanto al piloto como al copiloto, o lo que es lo mismo, a nosotros mismos por duplicado. ¿Por qué tenemos un copiloto en nuestra mente? ¿Es útil que esté ahí? Por todo lo escrito anteriormente, habréis deducido que, en mi opinión, la respuesta es no.

Pero hay un copiloto concreto que me ha jodido más de un viaje. Hablo de la prudencia, del miedo o de la cobardía. Este copiloto directamente cancela el viaje, nunca le pareció una buena idea o, en caso de continuar con él, prefiere tomar el camino más seguro, aburrido y monótono. Espero no volver a hacer caso nunca a este copiloto.

Hay muchas más cosas en nuestra cabeza que pueden actuar como copilotos, por ejemplo los prejuicios, el aburrimiento, la temeridad, la ingenuidad o el despecho, entre muchos otros. Incluso nosotros mismos podemos acabar siendo nuestro molesto copiloto.

¿Vas a dejar que el copiloto decida tu manera de conducir?

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lunes, 12 de junio de 2017

Asociaciones sensacionales

Estos días está haciendo un gran calor, así que hoy vamos a hablar sobre dicho calor, sobre su opuesta y sobre asociaciones. Podemos sentir principalmente dos tipos de calor, igual que podemos hablar de dos tipos de frío.

Como concepto físico, el calor, es una energía que se manifiesta por un aumento de la temperatura y procede de la transformación de otras energías, causado por la vibración de los átomos y moléculas que forman la materia. El frío no tiene un concepto físico como tal. Se mantiene como un concepto contrario al calor, es decir, la ausencia del mismo.

Si hablamos del calor y del frío como sensaciones físicas, son sensaciones que registra el cuerpo cuando están en un ambiente o tocan algo que tenga una temperatura superior o inferior, respectivamente.


Hay otro tipo de sensaciones asociadas al calor y al frío. Podemos sentir el ''calor humano'' o, por el contrario sentirnos en un ''ambiente frío''. Existe una asociación entre las sensaciones de calidez y frialdad físicas con sensaciones psicológicas, concretamente referidas a las relaciones sociales. Esta asociación ha sido estudiada en diversas investigaciones. Por ello no debería sorprendernos que alguien que se sienta solo o falto de cariño se tome una mayor cantidad de duchas calientes o sienta frío con más facilidad.

El frío no suele ser agradable para nadie y si estamos expuestos al mismo durante mucho tiempo acabaremos entumecidos, doloridos y tiritantes. En cambio, en un ambiente cálido nos sentimos cómodos, aunque nos empezamos a incomodar al llegar a temperaturas altas. Esto también puede llegar a ocurrir en los contextos sociales en los que un exceso de calor puede llegar a agobiarnos o agotarnos.

Una persona también puede parecernos cálida o fría, según como sean las sensaciones que nos transmite cuando interaccionamos con él. Cuando alguien es distante, no está lo suficientemente cerca, ni literal ni metafóricamente, como para transmitirnos calor, por lo que alguien distante es considerado alguien frío. En cambio, una persona cercana, está lo suficientemente cerca, tanto literal como metafóricamente, como para transmitirnos calor, por lo que alguien cercano es considerado alguien cálido.

Esta asociación de sensaciones y palabras también puede ocurrir con otro tipo de percepciones. Por ejemplo, los sabores. ¿Quién no ha hablado nunca sobre lo dulce que es su pareja, sobre lo salado que era el presentador del programa de ayer o sobre lo amargado que está su jefe?

Hablando de frío... ¿A quién no le apetece un dulce helado?

Todos sabemos lo placentero que es saborear algo dulce, asociado a los alimentos con un gran contenido de carbohidratos, principal fuente de energía. Mientras, el sabor amargo suele resultar desagradable, probablemente como un sistema de defensa frente a venenos, pues la mayoría de estos presentan un sabor amargo. A su vez, el salado actúa como un potenciador de sabor, haciendo más sabrosas las comidas.

Pues de la misma manera, una persona dulce es alguien que nos resulta agradable e incluso podríamos decir que nos contagia su energía positiva, una persona amargada es alguien desagradable y que nos llena de odio, nos envenena y una persona salada es aquella capaz de transmitirnos su ''sabrosura''.

Otro ejemplo de estas asociaciones sensacionales es la gama de colores que dividimos en fríos y cálidos.

Existen muchas percepciones que se asocian entre diversos ámbitos debido a la similitud de sensaciones que transmiten. Esto son solo algunos ejemplos de ello pero creo que por hoy, he escrito suficiente.

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lunes, 5 de junio de 2017

La locura idealizada.

Con las ideas me ocurre lo mismo que a un viejo caballero con sus amantes: cuanto más locas, más las amo.–Lord Byron.


Cuando las necesito nunca están, cuando las busco nunca las encuentro y jamás en toda mi existencia fueron puntuales. Aún así, siempre han aportado algo cuando se han dignado a aparecer, fuese dos meses antes o una década después.

Algunas de ellas eran tan tímidas e inseguras que me costaba sacarlas a relucir mientras que otras llamaban mi atención y la de muchos otros nada más entraban por la puerta. Otras, simplemente, han preferido quedarse escondidas y conviven con las compañeras que han decidido esconderse.

Mis queridas e impuntuales compañeras de pensamientos a veces me han llevado a intentar grandes locuras, muchas de las cuales han acabado en el más terrible de los fracasos. En cambio, agradezco enormemente el que me empujasen a intentarlo. De los errores se aprenden y tanto ellas como yo mejoraremos.

Esas dulces y efímeras voces que escucho cada noche antes de dormir o en cada viaje de tren evocando nuevos proyectos, escritos, dibujos, historias, planes, viajes e incluso excusas. Aunque muchas veces no haya excusas para no escucharlas y no tratar de materializarlas. 

Supongo que todos hemos tenido que lidiar en algún momento con estas locas, tímidas, impuntuales, efímeras y estimulantes voces cautivadoras que tantas locuras impulsan a hacer. Pero cuidado con ellas, pues tan malo es enterrarlas como dejarse cautivar sin antes meditar...

Ideales ideas de idealizada idiosincrasia.

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